En marzo de 1951, El Najerilla se hacía eco de que el diario Mercurio de Valparaíso había publicado su nº 40.000 siendo el diario más antiguo del mundo que se publica en castellano, y de su sorpresa de que fuese propiedad de un paisano de Viniegra de Abajo, y extractaba lo que ese número refería de la trayectoria de Santos Tornero, desde que se hizo propietario del mismo hasta el establecimiento de las librerías Mercurio, de su historial como gran editor, que, concentrando en unas mismas manos diario, librería y editorial, se complementaron en una obra cultural intensa que dio un impulso gigantesco a la vida intelectual y progresista de Chile, de mediados del siglo XIX. Tal vez, debido al tiempo transcurrido desde su emigración a Sevilla y Chile, e incluso del que había pasado desde su fallecimiento, se había perdido el recuerdo de Santos Tornero Montero y de sus padres y hermanos.
A Santos Tornero y a Elías Romero, se les puede considerar, como los pioneros en la emigración a América en esta segunda gran etapa de la migratoria. Santos Tornero Montero lo hace antes de que el Gobierno español autorizase la emigración a las nuevas naciones de América.
Santos Tornero nace en Viniegra de Abajo el 1 de noviembre de 1808. Era el mayor de cuatro hermanos, dos varones y una hermana. Cursó la Enseñanza Primaria en la escuela de Viniegra de Abajo, completando su formación en el hogar familiar y en el entorno local. Dada su afición al estudio y deseos de saber intentó cursar la segunda enseñanza en Burgo de Osma, pero sus padres lo enviaron a Sevilla para dedicarse al comercio, profesión que, según él mismo afirma, no le agradaba, pero dado su espíritu emprendedor y su afición al estudio, partiendo de esa profesión logró su sueño, consiguiendo ser librero, impresor y editor de periódicos. Su afán editorial convirtió a Valparaíso en la capital literaria del Pacífico.
Sus memorias, “Reminiscencias de un viejo editor”, que publicó cuando ya había cumplido los 80 años, son sumamente interesantes, no solo para conocer su actividad como emprendedor, sino también por los testimonios que aporta sobre distintas cuestiones: estado de la educación en Viniegra de Abajo en los primeros años del siglo XIX, su juicio sobre el valor de la misma, sus primeros pasos como emigrante y aprendiz de comercio, que pueden ayudar a ilustrar los pasos que dieron los que le siguieron para situarse en el lugar al que emigraban, su viaje a Chile, su punto de vista sobre la independencia de los territorios españoles en América, etc.
Así considera cosa digna de dejar constancia el que:
“Todos los hijos de Viniegra en aquel entonces, hombres y mujeres, adquiriesen en la escuela los necesarios conocimientos de primera instrucción”, atribuyéndolo a que el Ayuntamiento, además de facilitar local y pagar al maestro había establecido, indirectamente, la obligatoriedad de asistir a la escuela los niños y niñas desde los 6 a los 12 años, al cobrar a los vecinos por cada hijo o hija que tuviesen de esa edad, una módica cuota anual, asistiesen o no a la escuela, y la prioridad que para él tenía la educación sobre la instrucción. A su juicio, “todo hombre honrado y laborioso, dedicado a las tareas de la industria o del comercio, aunque no haya tenido la fortuna de haber adquirido una adelantada instrucción universitaria, si su educación ha sido esmerada y correcta puede contribuir a los progresos efectivos y útiles de un país, más eficazmente que el hombre de vasta instrucción, pero no bien educado. La instrucción sin la buena educación suele producir muy amargos frutos”.
Santos, al referirse a la organización de su pueblo natal decía:
“El régimen minicipal de Viniegra lo constituía en una especie de -pequeña república- democrática, una miniatura, digámoslo así, de la antigua república romana. Los vecinos convocados al son de la campana del concejo, generalmente los domingos después de la misa mayor, elegían en votación directa el personal del ayuntamiento y discutían y acordaban todo lo concerniente a los intereses del procomunal”.
Resulta también interesante en su obra, el que haya dejado el itinerario que el emigrante, bien a Andalucía o a América solía seguir para adentrarse en el mundo de los negocios. El lo hace en primer lugar a Sevilla, donde entró al servicio de la casa comercial de Rafael Chacón, y afirma que tanto él como su esposa “lo trataron como si fuera su hijo”, y añade que en esta casa pudo observar “cuan útil y moral es la costumbre que hay en España de que los dependientes de comercio vivan en la casa de sus principales, cuidados y tratados como miembros de la familia, sin que ellos tengan que preocuparse del cuidado de su ropa, comida y alojamiento”. Así mismo, mantiene que, con frecuencia, en la casa comercial en la que se ingresaba de aprendiz, solían quedarse como socios o les ayudaban para que se estableciesen por su cuenta. En esa casa, añade, “se encontraba como en la suya propia con la esperanza de próspero y feliz porvenir”.
La muerte repentina del Sr. Chacón, frustraron sus expectativas por temor, de unos familiares de la viuda, a no preservar los intereses de los menores. Al no permitirle asociarse resolvió embarcarse para América. En la descripción que hace de su viaje a Chile, deja constancia de las peripecias del viaje y de que, a consecuencia de la guerra de independencia de América Hispana, se habían roto las relaciones de España con las nuevas naciones y, no se podía viajar entre España y ésas, en barcos con pabellón español. El lo hace saliendo de Cádiz con destino a El Callao en el bergantín norteamericano Comercio, y después de 171 días de navegación sin tocar tierra, pasando por el Cabo de Hornos, arribó en Valparaíso el 16 de diciembre de 1834, cuando acababa de cumplir los 26 años. Solo después de permanecer varios años en Chile fue cuando se autorizó, por una incidencia, la entrada al puerto de Valparaíso barcos con pabellón español. Así mismo deja constancia de que, para entrar al servicio de determinados señores, era preciso proveerse de cartas de presentación. El las llevaba para Lima, pero por sugerencias de los consignatarios del buque, determinó quedarse en Chile, entrando de tenedor de libros en la casa de José Vicente Sánchez, una de las principales, entonces, de Valparaíso, en la que observa que se seguía la misma costumbre que en España, al decir que, “en esta casa, tuve la suerte, de granjearme el aprecio de su esposa Dª Loreto Fulner y de todos los miembros de la familia, siendo sus hijos e hijas mis mejores amigos durante toda mi vida”, y cómo se asoció con ellos. En esta casa, conoció a la joven, Carmen Olmos, familiar de la esposa del amo, con la que contrajo matrimonio el 18 de marzo de 1837 y de la que tuvo 13 hijos, de los que fallecieron 7. Tres años después de su casamiento, el 1 de abril de 1840, con la protección de D. Vicente Sánchez y asociado con él, abrió un almacén de efectos surtidos en la calle llamada Arturo Prat, iniciando su actividad de emprendedor, como librero, impresor y editor.
Su vocación por el estudio no se había frustrado porque su padre lo enviara a Sevilla en vez de a Burgo de Osma. Años más tarde, estando en el comercio de Sevilla (sus años más floridos, según recuerda), aprovechó para adquirir por su cuenta, “regulares conocimientos en literatura, idiomas, contabilidad, geografía, etc.”, y también para entrar en contacto con la librería de Cádiz, que le proporcionaron la ventaja de poder desempeñar dignamente las tareas a las que después se dedicó. Poco después de asociarse con José Vicente Sánchez, hizo un pedido a la principal librería de Cádiz, propiedad de los Sres. Horbal, a cuyo jefe principal había conocido durante su estancia en Sevilla, que fue vendiendo en el mismo almacén al menudeo, y el resto se los vendió a D. José Bayolo, dueño de un almacén de mercería.
En esta misma situación tuvo la oportunidad de adquirir una gran partida de buenos libros españoles, como nunca habían venido al país, importados por el Sr. Domingo Otaegui que acababa de fallecer. Antes de esta época, según él mismo refiere, rara vez se veía venir de España libro alguno, seguramente como resultado de la situación creada por la emancipación de las Colonias. Lo hacían sobre todo de Francia y en menor medida de Inglaterra. En general, eran reimpresiones hechas en “pequeños volúmenes que se vendían a tanto el volumen, chico o grande (de éstos venían pocos), contándose por volúmenes los silabarios, catecismos, novenas, etc. Los cajones venían surtidos en ese sentido, y se vendían en pequeñas tiendas (mercerías, despachos de comestibles). Sus dueños compraban esa mercadería cajón, como se compra una jaba de loza. Los que más especialmente se dedicaban a este negocio eran los señores Bayolo en Valparaíso, e Iglesias o Campillo en Santiago, en sus respectivas mercerías”.
Esta partida de libros le permitió abrir, el primer establecimiento dedicado a librería en Chile, a la que dio el nombre de Librería Española, en un local contiguo a su almacén, y puso en comunicación interior ambos negocios. Poco después estableció en Santiago otra librería con el mismo nombre al cuidado del jóven Pedro Yuste. Reconoce que, cuando él llegó a Chile la imprenta del Mercurio, situada en la calle “Arturo Prat”, tenía una pequeña librería que, al trasladarse ésa de domicilio y situarla en los altos de la casa cuando él la compró, desapareció.
En 1842, compró al tipógrafo español Manuel Rivadeneira, el diario Mercurio, que, en aquel momento contaba con muy pocos suscriptores, y cuya suscripción costaba 3 pesos al mes. Rivadeneira, al que Chile debía los progresos efectuados desde entonces en el arte tipográfico, se lo había comprado en 1841 a Perry Echart. Como esta compra no agradó a su socio Vicente Sánchez, por hacerse impresor y editor de periódicos, de común acuerdo disolvieron la sociedad, y quedó el negocio solo en manos de Santos, quien reconoció a Sánchez, la deuda de 20.000 pesos en pago de los 12.000 que le había prestado para establecer el almacén asociado, y de los beneficios obtenidos y que se presumía obtener del negocio.
Otro hecho que puso de manifiesto su capacidad de emprendedor, seis meses y medio desués de haber adquirido la imprenta del Mercurio, fue el pavoroso incendio que se produjo la noche del 15 de marzo de 1843, que se había iniciado a eso de las 8 en un almacén de efectos navales, y se propagó rápidamente por otros almacenes, llegando pronto a la imprenta Mercurio, a su vivienda situada encima de la misma y a su almacén de efectos y librería, en las que poco se pudo salvar. La publicación del Mercurio quedó suspendida hasta el 24 del mismo mes, en la que se pudo reanudar gracias a la pequeña imprenta, especie de sucursal de la de Mercurio, que tenía en la quebrada de San Agustín. Entre las personas que prestaron sus servicios para la extinción del fuego se distinguieron el Almirante francés Du Petit Thouards y el comandante Hammond del vapor de guerra inglés Salamandra, y el vicealmirante de Chile Manuel Blanco Encalada. El 15 de abril, un mes después del incendio, se hallaba ya la imprenta funcionando en la calle San Juan de Dios y el primero de mayo del año siguiente se instaló en el nº 24 de la calle de la Aduana, donde permaneció durante 25 años, hasta que su hijo Recaredo la trasladó en 1869 al nuevo edificio que construyó en la misma calle de la Aduana.
Este incendio lo dejó completamente arruinado, con una deuda superior a lo que él disponía. Pero decidió pagar a José Vicente Sánchez, todo lo que le debía, a plazos. Le entregó, entre otras cosas, las Librerías Española de Valparaíso y Santiago, quien a su vez las vendió a los que las venían regentando, quienes cambiaron su nombre por el de Librería Central. Una vez superada la situación provocada por el incendio, volvió a crear nuevas librerías. En esta ocasión con el nombre de Librerías del Mercurio en: Valparaíso, Santiago, Concepción, Copiapó, La Serena y San Felipe, con la principal finalidad, que sirviesen de agencia del diario y de la imprenta, que además de publicar el Mercurio se publicaron distintas obras, unas de encargo y otras de su propia iniciativa. El 13 de diciembre de 1850, y el 13 de noviembre de 1858, hubo otros incendios en Valparaíso, que también le afectaron, dando lugar en el de 1850 a la creación del cuerpo de bomberos voluntarios, el 5 de junio de 1851.
Su deseo de dar impulso a sus negocios de imprenta y librería, incorporando a los mismos los adelantos que se iban produciendo en la edición de periódicos y en la imprenta, viajó, al menos en dos ocasiones (1852 y 1857), a EE.UU. y a Europa, para observar esas innovaciones e introducirlas en sus establecimientos.
En su actuación como director y editor de Mercurio, mantuvo siempre su independencia y su valentía frente a los intentos del Gobierno de limitar la libertad de expresión. También fue firme en evitar con energía, las presiones de los empleados, y mantuvo la necesaria disciplina de los mismos, en los distintos departamentos del Mercurio, de las obras y de la encuadernación, que cada uno de los cuales tenía su respectivo jefe.
Así mismo abordó distintos juicios de imprenta que le imputaron por artículos que se habían publicado en el Mercurio, uno antes de adquirirlo él y otro posterior, que se enjuiciaban de acuerdo con las leyes de imprenta de 1828 y 1846 respectivamente y del mismo modo contribuyó a concretar las relaciones de él, como director y editor del periódico, con los redactores del mismo, pues a su juicio al director y editor le corresponde señalar la marcha que ha de seguir su diario para el buen éxito de su publicación, y evitar exponerle al riesgo de fracaso.
Como él mismo manifiesta, el Mercurio fue, bajo su dirección, una publicación sin compromisos con Gobiernos o partidos disciplinados, órgano de los sentimientos de la mayoría del país y defensor de los derechos de todos los ciudadanos, órgano de expresión de las aspiraciones generosas del país en su sentido de reforma y de progreso en su vida interior y de afianzamiento de las Instituciones Republicanas de la América.
Así mismo fue defensor del buen nombre de España, evitando que en el Mercurio se publicase artículo alguno en contra de su historia. Invitaba a escribir en el diario a los mejores autores nacionales, y sufría al ver su afrancesamiento; de ahí que editara clásicos españoles, y que “El Mercurio” difundiera también la cultura hispana. Orgulloso de su origen, encabeza la protesta contra el Himno Nacional de Chile por sus versos hirientes a España, hasta lograr que se encargara otro a Eusebio Lillo. Hoy se le considera riojano universal.
De su viaje a España no hay constancia de que estuviera en Viniegra de Abajo, sí en Sevilla. Dos de sus hermanos, Juan y Eusebio, según afirma, estuvieron en Chile. De Eusebio dice que era competente en la dirección de la imprenta y el periódico, lo dejó encargado de sus negocios en sus viajes a EE.UU. y a Europa. Casó con la joven española Amalia Herreros y regresó a España, el 28 de junio de 1860 con su esposa y su hijo Manuel, estableciéndose en San Sebastián con un negocio de droguería. Cuando falleció, se hizo cargo del negocio su hijo Manuel. De Juan dice que posteriormente se estableció en Sevilla, donde subsistía con familia y buenas comodidades. Sin embargo Eusebio Tornero se encontraba en Sevilla en octubre de 1843. Figura en la relación de viniegreses, que en esa fecha donaron la Cruz a la escuela de Viniegra, como se ha visto.